Las flechas hienden las mañanas de España. Hienden.
Ofenden. Son la ofensiva de una raza, de una juventud que pretende
imponerse ahora.
El yugo camina delante del arado. Es la agricultura nacional. El campo nacional. La vida nacional.
Cada manojo de saetas es una gavilla de corazones, una hermandad, un gremio, un Sindicato.
Las flechas son de hierro, de acero, de la carne española
eterna. Aguzadas, forjadas con el fuego antiguo por sindicalistas
nacionales.
El yugo y las flechas son también la cruz; forman una
cruz. Para sus cruzados, toda gran empresa ha sido una cruz en la
encrucijada de los tiempos. Si el yugo pesa, apesadumbra a alguien. Las
flechas aligeran, alegrarán nuestra buena ventura española.
Aunque cerca del yugo está siempre el estímulo.
Los campesinos que hablaban latín estimulaban a sus bueyes
–junto a la cerviz– con una punta de saeta en la extremidad de un palo.
Nuestro escudo huele a garrote, y a fragua, y a pan, y a vino, y a sal, y a eternidad.
El equilibrio duradero entre un pasado horizontal –el
yugo– y la ascensión vertical, celestial, de un futuro: las flechas.
Habrá que reconquistar nuestra patria a flechazos, a golpes de cariño.
Amorosamente. Duramente. Como se conquista a la mujer que parirá a
nuestros herederos.
El FASCIO
Madrid, 16 de marzo de 1933
Madrid, 16 de marzo de 1933
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